El permafrost es el suelo, independientemente de su tipo o de si se encuentra en tierra o bajo el agua, que permanece a una temperatura igual o inferior a 0 grados centígrados durante al menos dos años consecutivos.
El permafrost es más común en las regiones polares y las altas montañas, donde las temperaturas permanecen lo suficientemente frías como para conservar las capas congeladas año tras año.
Aunque pueda parecer un bloque de hielo estático, el permafrost desempeña un papel vital en el sistema climático de la Tierra. Ayuda a almacenar carbono, da forma a paisajes enteros y sustenta las infraestructuras humanas en las regiones árticas. A medida que el planeta se calienta, este suelo helado empieza a descongelarse, lo que desencadena efectos de gran alcance que se extienden mucho más allá del Ártico.
El permafrost puede estar formado por muchos materiales diferentes, dependiendo de la ubicación y la geología local. En la mayoría de los casos, se trata de una mezcla congelada de:
En algunas regiones, el hielo puede constituir más de la mitad del volumen del permafrost. Estas zonas de alto contenido en hielo son especialmente vulnerables al deshielo, ya que la fusión del hielo provoca el colapso del suelo y la deformación de la superficie.
Por encima del permafrost se encuentra la capa activa, que se congela y descongela con las estaciones. La profundidad de esta capa puede variar mucho: desde unos 20 centímetros en las zonas más frías hasta más de 3 metros en las zonas de permafrost más cálidas. Esta capa sustenta la vegetación de la tundra y constituye la única superficie en la que las raíces, los animales y los microbios están activos durante los meses de verano.
El permafrost no está repartido uniformemente por todo el planeta. Se concentra sobre todo en el hemisferio norte, donde cubre entre el veinte y el veinticinco por ciento de la superficie terrestre. Los lugares clave son:
Las zonas de permafrost se clasifican en continuas, discontinuas o esporádicas, según el grado de congelación del suelo en una región determinada. En las zonas continuas, el permafrost existe prácticamente en todas partes bajo la superficie. En las zonas discontinuas, se alternan zonas congeladas y no congeladas.
A medida que aumenta la temperatura media mundial, el permafrost empieza a descongelarse más profundamente y con mayor rapidez que en el pasado. Incluso pequeños aumentos de temperatura pueden tener efectos importantes, especialmente en regiones con alto contenido de hielo en el suelo.
El deshielo del permafrost desestabiliza los paisajes, cambia los patrones de drenaje del agua y transforma los ecosistemas. Los bosques que crecen sobre el permafrost pueden empezar a inclinarse o caer a medida que el suelo se ablanda y se vuelve irregular, un fenómeno conocido como bosques borrachos. En la tundra de tierras bajas, el deshielo puede crear humedales o lagos termokársticos al derretirse el hielo del suelo y hundirse la tierra.
Peor aún, el deshielo libera dióxido de carbono y metano, potentes gases de efecto invernadero atrapados durante milenios en la materia orgánica congelada. Los microbios empiezan a descomponer este material en cuanto se descongela, convirtiendo el permafrost en una nueva fuente de emisiones. Los científicos calculan que el permafrost contiene casi el doble de la cantidad de carbono que hay actualmente en la atmósfera, lo que significa que su deshielo podría acelerar considerablemente el calentamiento global.
El deshielo del permafrost conlleva una amplia gama de riesgos, no sólo para las comunidades árticas, sino para el planeta en su conjunto. Algunos de los riesgos más graves son:
El deshielo del permafrost contribuye a un bucle de retroalimentación climática, en el que el calentamiento provoca emisiones, que a su vez causan más calentamiento. Esta retroalimentación ya es visible en las regiones septentrionales, donde el permafrost se está degradando más rápido de lo previsto.
Muchos edificios, carreteras, aeropuertos, oleoductos y otras infraestructuras de las regiones frías se construyeron suponiendo que el suelo permanecería permanentemente helado. A medida que el permafrost se ablanda y se hunde, estas infraestructuras se vuelven inestables, lo que provoca costosas reparaciones y problemas de ingeniería.
En las zonas costeras del Ártico, el deshielo del permafrost se combina con la subida del nivel del mar y el aumento del oleaje para provocar un rápido retroceso del litoral. En algunas comunidades, la erosión está obligando a reubicar y desplazar asentamientos antiguos.
La descongelación del suelo puede dejar al descubierto material biológico antiguo, como virus, bacterias y patógenos que han permanecido latentes en capas congeladas. También puede alterar residuos industriales enterrados desde hace mucho tiempo, emplazamientos militares abandonados o productos químicos y depósitos de combustible almacenados inadecuadamente.
El permafrost puede parecer una reliquia helada del extremo norte, pero su estabilidad afecta a todo el planeta. Cuando el suelo se descongela, libera carbono, cambia los paisajes, amenaza las infraestructuras y transforma los ecosistemas locales, todo ello con consecuencias globales.
Científicos de todo el mundo estudian de cerca el permafrost para comprender su papel en el sistema climático y prepararse para los cambios que ya están en marcha. Tanto si vives cerca del Ártico como lejos de él, el deshielo del suelo helado de la Tierra es una de las señales más claras del calentamiento del planeta, y una de las más urgentes de observar.
Publicado:
15 de abril de 2025
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